Visita a La Moncloa

Visita a La Moncloa organizada por la Asociación

El pasado julio, una veintena de vecinos y vecinas -¡incluido un tataranieto de Canalejas que rondaría los ocho años!- visitamos La Moncloa.
El pasado julio, una veintena de vecinos y vecinas -¡incluido un tataranieto de Canalejas que rondaría los ocho años!- visitamos La Moncloa.

El pasado julio, una veintena de vecinos -¡incluido un tataranieto de Canalejas que rondaría los ocho años!- visitamos La Moncloa. No el palacio de la Moncloa, como puntualizó la asistente de protocolo que nos acompañó durante casi dos horas, sino el complejo de la Moncloa: una microciudad donde trabajan cerca de 2.000 personas. Esparcidos entre los jardines, sus puñados de edificios, de los años 50 o más de nuevo cuño, son el corazón desde el que se gobierna España. Como a través de la Asociación ya habíamos proporcionado días antes nuestros DNI, entramos, casi, con la facilidad de un ministro. Eso sí, sin bolsos ni móviles, aunque un fotógrafo del programa de visitas La Moncloa Abierta nos tomó el par de imágenes que estáis viendo.

Tras posar en la escalinata que sale en los telediarios cuando Pedro Sánchez recibe a algún dignatario, el salón donde se celebra el Consejo de Ministros impresiona. Tanto por los barcelós, los tàpies y demás arte contemporáneo que seguimos admirando por las estancias de más relumbrón, como por saber que, alrededor de su gran mesa oval, ministros y ministras no tienen acceso a internet. Así, nos contaron, evitan filtraciones y se garantiza que nadie consulte con asesores en el momento final de cada decisión.

Los cuadros a la vista, prestados en su mayoría por el Reina Sofía, no siempre han sido los mismos. Se ve que cada presidente tiene mano para hacer cambios en la decoración. Si en tiempos de Aznar parece que todo era más clásico y pomposo, con Zapatero, las sedas y adamascados dieron paso a paredes en tonos claros donde, en vez de tejidos de la Real Fábrica de Tapices, colgaban obras firmadas por Miró o Dalí. Al llegar al poder, Rajoy pidió que hubiera pintores de todas las Comunidades Autónomas, y Pedro Sánchez, que hubiera más pintoras. Fue con él, en 2018, cuando arrancaron estas visitas guiadas a ‘la casa de todos los españoles’. Se conceden con cuentagotas, pero al menos existen, ¡porque el común de los mortales sabemos más por el cine de los entresijos de la Casa Blanca que de la mismísima Moncloa!

Acompañados y acompañadas discretamente por también un par de policías, pudimos curiosear por los salones donde se recibe a personalidades y jefes de Estado, vimos uno de los bonsáis que cultivaba Felipe González o, aunque ahí no entramos, supimos que la famosa ‘bodeguilla’ donde se reunía en los 80 con la gente de la cultura es un espacio bastante pequeño bajo las cocinas del palacete del siglo XVII destruido en la Guerra Civil. Porque todo esto fue antaño el Real Sitio de la Moncloa, una finca que pasó por varias manos -¡también de la Casa de Alba!- y donde, desde 1929, cualquiera podía venir a pasear por sus jardines.

Aquel palacete se reconstruyó en la posguerra y fue utilizado durante el franquismo para albergar a dirigentes de visita oficial a España. Desde el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo hasta Sadam Hussein. Regresada la democracia, pero con la amenaza de los años de plomo del terrorismo de ETA, Adolfo Suárez se convertía en 1977 en el primer presidente que vino a vivir aquí; un lugar mucho más seguro que el palacio del Paseo de la Castellana donde se encontraba la sede de la Presidencia. Entonces, dicen que La Moncloa era tan de andar por casa que en los Consejos de Ministros se oía a los hijos de Suárez correteando por el piso de arriba.

Visita a La Moncloa

Desde aquellos días, se han ido añadiendo más y más edificios, que a menudo han cambiado de uso con los distintos gobiernos. Hoy el complejo suma desde un centro médico o una cafetería para los empleados hasta el helipuerto que Mariano Rajoy, quien en 2005 había sufrido con Esperanza Aguirre un aparatoso accidente de helicóptero en Móstoles, no quiso usar, aunque ya existía de antes. Pero lo que alberga La Moncloa son, sobre todo, despachos y oficinas de unos cuantos organismos oficiales.

La vivienda del presidente, algo apartada del meollo, apenas la atisbamos de lejos. Tampoco, claro, dejan visitar su despacho. O el Departamento de Seguridad Nacional ni, mucho menos, el búnker creado en los 80 para que, en caso de catástrofe, haya un lugar operativo desde el que seguir manejando las riendas del país. Como despedida, recalamos un buen rato por el Centro de Prensa, tanto por la aséptica sala de butacas azules con la que nos familiarizamos durante las largas comparecencias de la pandemia como en la zona donde trabajan los periodistas acreditados por Moncloa, forrada de fotos y portadas míticas desde los tiempos de la Transición.

Algo que no logramos averiguar es si la célebre tortilla de patatas que les sirven a los ministros tras el Consejo de los martes lleva o no cebolla. Os encomendamos las indagaciones a los próximos vecinos y vecinas que os apuntéis a otra visita. Millones de gracias a la Asociación por haber organizado esta, y gracias también a la Moncloa por un recorrido donde primó la información sobre el funcionamiento del complejo, sin tufillo alguno de adoctrinamiento político ni autobombo.

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